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Y a sus manos se les cayó la piel, la carne y los huesos.
Y ya no circulaba sangre por sus venas porque se le volvieron tinta.
Con ellas, dibujó lo mejor que pudo al sujeto tácito. No le salió tan bien como hubiera querido, sin embargo hizo lo mejor que pudo... Teniendo en cuenta que sus extremidades en ese momento eran acuosas, oscuras y casi transparentes. Transparentes como todo lo que pensaba. Como todo lo que no gritaba porque la tinta subía, por todo su cuerpo, eliminando toda su humanidad (si es que alguna vez tuvo algo de eso).
Pensaba, pensaba en todo. Con mucho detenimiento, porque tenía que saber que hacer consigo misma. No era tiempo de impulsos, ni de monólogos borrachos, ni de portazos o gritos empachados de lo absurdo.
-No, no más impulsos.
Últimas palabras salidas de su boca, ahogada en tinta. Podía vivir con eso. Afuera, no tan lejos, una nena se cayó de una calesita y lloró. Ella pudo escucharla, y al circo también. Podía escucharlo todo, y cuando notó eso necesitó un cigarrillo.
También notó que no podía agarrar nada, porque naturalmente su nuevo ser se lo impedía, por lo que se limitó a fumar con la mirada. Extrañamente, se sintió satisfecha pero además presa de una incertidumbre acogedora mientras el humo giraba alrededor de ella y llenaba de cenizas al sujeto.
Quien sabe como podrá amanecer mañana.
Quien sabe cual es el precio de la metamorfosis.
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